De oferta.

La mujer camina por el cantero del medio de la avenida General Flores, entre los autos que pasan como flechas circulando hacia ambas direcciones, como si estuviera en la barra de equilibrio de algún circo de pueblo. El Cacho, tiene un cigarro entre los dedos que huelen a aceite y a grasa, y lo fuma con parsimonia mirando el flujo automotriz, tratando de estirar como a un chicle ese instante porque una vez terminado el pucho debe volver a agacharse debajo de la Fiorino para cambiarle los amortiguadores, alinearla y balancearla. —Que achicoria, man —dice el Beto, acercándose para hacerle compañía y cumplir con el mismo ritual —¿Qué hora es? —Las tres —Qué la parió —Bo, me tengo que ir a Galicia a buscar los amortiguadores —Pah, con esta calor —Una mujer los hace girar la cabeza como autómatas, vestida de calzas que le quedan reventando, musculosa de lycra adherente y una  cartera imitación Channel de cadena gruesa dorada colgada en el hombro.  —Hola, muchachos, ¿cómo van? —¿Vos? —Hoy es un día largo —dice La Lucy, que hace la calle desde hace tiempo, y prosigue su andar, meneando las caderas y moviendo el trasero para captar a algún conductor pero ni modo. —En esta ciudad nadie coge —dice el Cacho, aplasta el pucho contra el murito de la vereda, y se mete para dentro. El Beto está por terminar el suyo cuando alguien le dice —¿Querés hacer el amor conmigo? —Otra vez “La Loca”. Había cruzado desde el cantero y hacía la misma pregunta todos los días. Le había preguntado al Cacho, al Carlos y al Beto. Mejor dicho, no había hombre de la zona a quien La Loca no le hubiera pedido sexo. —Tá piantada esta mina —deliberaban los muchachos. Porque “La Loca” no estaba haciendo la calle, iba vestida con pollera larga y ropa de Señora. —Para mi que no le llega el agua al tanque —decía El Carlos. “La Loca” todos los días se paseaba por el barrio y a cada tipo que cruzaba le hacía la misma pregunta. Porque además, “La Loca” no preguntaba “Me querés coger”, sino “Querés hacer el amor conmigo”. “Me querés coger” podría preguntar La Lucy, pero no era necesario que dijera nada porque la ropa que vestía hablaba sola. El Beto vuelve al trabajo. El Carlos está lustrando el arenero, los muchachos no entienden “¿Para qué lo lustra si el sábado lo va a romper todo en El Pinar?”. Pero para El Carlos, lustrar el arenero es un ritual de suma importancia. El Cacho vuelve del centro con los amortiguadores para la Fiorino. La sube al elevador, y se dispone a alinearla cuando el Beto se acerca: —Bo, ahí viene el viejo pesado —La puta madre que lo parió, pasame la cuatro. —El Cacho no soporta trabajar con el feliz poseedor del vehículo mirándolo. —¿A qué hora vengo a buscarla? —le había preguntado el viejo —A última hora, jefe. —“¿Ultima hora?” —Terminé con mis vueltas y me vine para aquí —se excusa el viejo y se queda parado mirándolo al Cacho. —Bueno, jefe, ya está pronta —le dice y señala al Carlos —pague allá. —El Cacho respira tranquilo, son las seis. Va al pote de pasta blanca y se refriega las manos, para sacarse la grasa de debajo de las uñas. Va para el fondo, pasa delante de los almanaques que los distintos proveedores envían al taller año tras año, de esos que no se pueden colgar a la vista del público y abre la puerta del locker. Saca la toalla, y entra a la ducha. Se lava la cabeza con jabón, cierra el grifo. Se viste. Se pone colonia. Se pasa el peine. Cuando está por salir, llega el viejo de La Fiorino. —Me hace un ruidito —le dice al Carlos. El Carlos lo mira. “La puta madre que lo parió”. —Pero jefe, yo la probé. —Vení conmigo que yo te muestro —le dice el viejo y al Cacho no le queda otra que subir a la Fiorino. Al Carlos le gustaría atender autos más nuevos, pero como está “la cosa” la gente, en esos años en que en Argentina el dólar vale lo mismo que el peso, no está para el Cero Ká. Después de una hora, finalmente El Cacho emprende la retirada. Sale a la vereda y camina a la parada del ómnibus. —¿Querés hacer el amor conmigo? —Los muchachos están intrigados con la historia de “La Loca”. Se sabe que vive en el barrio. Dicen los vecinos que como nació con fórceps, quedó “fallada”, por eso la familia le mantiene  un apartamento en la zona. Al otro día, el Beto llega y abre el portón a las ocho de la mañana. Se apronta el mate, y se para en la puerta del taller. El día viene movido, y los muchachos andan de mal humor. Pero cuando sale a la vereda a fumar se queda atónito. “La Loca” va caminando por la vereda con un tipo abrazándola. Un tipo de buen vestir. —Bueno, al final de cuentas todas cogen, hasta las locas —dice el Beto. —Esto no me cierra —dice el Carlos. —¿De dónde salió ese pinta? ¿Vieron lo empilchado que está? —Es cierto. El hombre que va con “La Loca” parece un ejecutivo de la Ciudad Vieja. —Dejá vivir, man —dice el Cacho —ahora tiene a alguien que le arrime la ropa al cuerpo. —Poniendo estaba la gansa —dice El Carlos. —¿Creés que le haya dado guita? —dice El Beto. Dos semanas después, los muchachos están intrigados. De “La Loca” ni rastros. Ni sola pidiendo que le hagan el amor, ni con el novio. El Cacho, que había ido hasta el quiosco a buscar cigarros, llega alterado: —¿Vieron el tipo ese que pasó con “La Loca”? Le desvalijó el apartamento. Se llevó todo. —Yo sabía que la cosa venía con trampa —dice el Carlos, lustrando el arenero —Lo voy a sacar a dar una vuelta de manzana —. Pero El Carlos no vuelve. —Este nos clavó, ¡como siempre! —dice el Beto. El Cacho se queda “de cara”. Dando la vuelta a la esquina, aparecen el arenero, El Carlos, y “La Loca” ocupando el asiento del acompañante.

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